Terminó
de redactar la historia después de una noche completa de trabajo.
Soltó
el lápiz y lo dejo a un lado del cuaderno. Prefería escribir sus historias de
la manera antigua. Para él tenía más significado una historia escrita con la
propia mano; tenía la idea de que el formato digital solo hacia perder el
verdadero sentimiento que se tiene cuando se escribe una historia. A la que le
das tu propio pulso con el lápiz, y con el que puedes imprimir las emociones
que tienes en el papel.
Era
una historia corta, no eran mas de 10 paginas pero para el tenían un
significado especial. Siempre había admirado a las personas que escribían,
y se lamentaba de que el no tuviera esa habilidad, sin embargo lo intentaba de
vez en cuando. Siempre dejaba las historias a medias, muchas veces ni siquiera podía
empezar a escribir porque se distraía o se desesperaba cuando no le llegaba
ninguna buena historia a la cabeza.
Releyó
las páginas. Sentía cierta emoción cuando se daba cuenta de que había podido
plasmar sus ideas de tal manera que cualquier persona pudiera entenderlas y
sentirlas.
De
repente un miedo intenso se apodero de él. Si alguien llegaba a leer eso se enteraría
de sus sentimientos. En ese momento la idea de hacer eso público lo hizo
apenarse. Se puso rojo mientras veía las letras escritas con lápiz. Se imagino
a su padre leyendo la historia y reprobando sus sentimientos, a su mejor amigo burlándose
de lo que había escrito, y peor aun, a ella riéndose de las cosas que estaban
en ese papel.
Pensó
en destruirlo. ¿Cómo podía haber gente que publicara esas cosas sin que le
importara lo que pensaran de ellos? Se molestó consigo mismo por haber pensado
si quiera en la idea de hacer eso público. Tenia que destruirlo. Pero, ¿cómo destruiría
su única historia completa escrita? No podía hacer una cosa como esa, tal vez
seria mejor esconderlo en alguna parte donde supiera que nadie lo leería.
Empezó a caminar por su habitación con las
hojas en la mano, pensando cual seria el mejor lugar para guardar ese que seria
su mayor secreto. Tendría que ser un lugar inteligente, algo donde pudiera guardar
otras historias si en algún momento se volvía a inspirar como esa noche.
Miro los cajones de su cuarto, su cama.
Todos esos lugares eran tan típicos que cualquier persona los encontraría. De
igual manera sentía que ningún lugar sería lo suficientemente bueno como para
esconder ese secreto. Sentía que las hojas que tenía en la mano podrían ser
descubiertas en cualquier momento por alguien, era como si sólo por ser un
secreto las posibilidades de que lo encontraran aumentarán.
Entonces se le ocurrió la idea. Debía d
esconderlo entre más papeles, para que pareciera algo sin importancia. Pero
entonces una pequeña idea lo hizo cambiar de opinión ¿Y qué si su madre algún
día limpiando su cuarto se encontraba con los papeles y decidía tirarlos? No, esa no era la solución.
Miró su computadora. Quizás si lograba
escribirlo y convertirlo a un formato digital sería más sencillo ocultarlo, de
esa manera podría guardarlo en la carpeta más escondida de su computadora y
tendría acceso a él cuantas veces quisiera.
Se sentó rápidamente y escribió cada
palabra justo como la había escrito en el papel. No quería pasarlo a la
computadora pero al parecer era la única forma de esconder por completo aquella
historia que guardaba su mayor secreto. Lo escribiría todo, lo guardaría en su
computadora y después podría destruir aquellas hojas.
Después de una hora de trabajo logró
redactar su historia en la computadora, y hasta aprovechó el momento para
hacerle unas cuantas modificaciones que mejoraban la historia.
Vio con orgullo las 3, 756 palabras que
conformaban su historia, ahora en la computadora eran menos páginas que las que
había escrito a mano, pero seguía siendo algo muy aceptable.
Releyó la historia, a fin de cuentas no
era tan mala, y era su mejor trabajo, de hecho era su único trabajo completo,
no podía simplemente esconderlo, ¿pero que podía hacer con él? Pensó publicarlo
en alguna parte, pero no conocía ningún lugar.
Abrió rápidamente el internet y busco.
Facebook, no, mala idea, cualquiera podría leerlo ahí, y eso era exactamente lo
que no quería.
Se levantó de su silla y miró por la
ventana, a pocas casas de la suya vivía aquella mujer que lo había inspirado a
escribir cada una de esas páginas, pero ella no debería de leer ninguna de esas
palabras, podría destruir su vida.
Volteó hacía la computadora, ahí mismo
estaban las hojas. Corrió y las agarró, como si haberlas dejado esos pocos
minutos en su escritorio podía hacer que alguien más las leyera.
Se volvió a sentar, pasando las hojas de
cuaderno donde su letra sucia relataba aquella historia de como un chico se
enamoraba de una chica que no lo quería, y que con el tiempo se convertían en
amigos, pero sin que ella sintiera algo especial por él.
No podía negar que la historia estaba
basada en casi todo lo que le había pasado a él. El final del cuento era lo que
el deseaba, un final perfecto para aquella relación. O tal vez no. Pensó
durante un tiempo, tal vez las cosas no serían tan perfectas como decía su
cuento.
Leyó las últimas tres páginas, y se dio cuenta
de que el final no era tan bueno como había esperado, era un final demasiado
feliz y perfecto, y de alguna manera hacía parecer que ni siquiera valía la
pena escribir la historia, porque todos podían imaginárselo. Tenía que
cambiarlo.
Abrió de nuevo el archivo donde tenía el
cuento en su computadora y empezó a teclear. Las ideas fluyeron solas, no tenía
en realidad el final en mente pero conforme desarrolló esos últimos momentos
donde la historia empezaba a morir un final diferente se le ocurrió.
Volvió a leer el cuento completo, ahora
parecía una historia diferente. El final le daba ese toque especial que no se
había dado cuenta que le hacía falta.
Miró el reloj, eran las 4 de la mañana, no
faltaba mucho para que empezara a amanecer. Pero el cuento seguía ahí, esperándolo a que
hiciera algo más con él.
Ahora que la historia era diferente tal
vez ya no importaría tanto que alguien más la leyera, de cualquier manera las
cosas se escriben para ser leídas.
En ese momento volvió a imaginar a sus
amigos leyendo la historia; los veía a todos burlándose de la historia tan
mediocre que había escrito. Luego la imaginó a ella leyendo y preguntándole si
era una historia de verdad, o peor aún, que a pesar del cambio supiera que se
trataba de ella.
Cerró el documento y apago la computadora.
No podía seguir viendo eso. Se tiró a la cama, pero no durmió, no podía ni quería
hacerlo. Ese cuento seguía dándole vuelta en la cabeza. Tal vez hubiera sido
mejor idea destruirlo desde un principio y dejar de preocuparse por él.
Se volteó y miró al techo, ¿por qué había
empezado a escribirlo? Recordó que la había visto en la escuela, pero era
diferente, ese día tenía pensado decirle que le gustaba. Pero no pudo, algo lo
detuvo, miedo. Miedo a que lo rechazara. Llego a su casa enojado consigo mismo
por no poder haberle dicho una cosa como esa, y por eso se había puesto a
escribir, para que su personaje si pudiera hacerlo, para que la persona en esa
historia fuera capaz de tener todo el orgullo que él no tenía. Y para que esa chica del cuento no lo
rechazara y se fuera con él. O por lo menos en la versión original, porque
después del cambio que le hizo las cosas terminaban de una manera diferente.
Se volvió a levantar y vio las hojas una
vez más. Tal vez lo mejor era darle la historia a ella, podría ser su forma de
decirle que le gustaba. Pero la simple idea de verla leyendo eso lo hizo
ponerse rojo.
Tiro las hojas por la habitación, y volvió
a mirar por la ventana. ¿Por qué era tan difícil? Sólo tenía que ir con ella y
decirle que le gustaba, ¿por qué su personaje era capaz de hacerlo y no él?
Volvió a mirar las hojas. Las recogió una
por una y las volvió a acomodar en el escritorio. Prendió la computadora y
releyó la historia que tenía ahí, tal vez lo mejor sería publicarlo, no para
que ella lo leyera, simplemente para desahogar toda la tensión que había
provocado en él.
Entró a su cuenta y abrió la sección de
notas. Era tan fácil, solo copiar y pegar, y cada una de las 4,087 palabras se
copiaría de una manera casi instantánea, y entonces al momento de presionar el
botón de publicar ya no sería su problema.
Antes de presionar el botón dudó, tal vez
no era la mejor opción, ¿qué fin tenía que la gente leyera aquella historia?
¿Por qué tenía que decirle a todos esos “amigos” lo que en realidad sentía? No
tenía ningún caso. Cerró la página, esa gente no tenía por qué enterarse de lo
que sentía, mucho menos que les importara.
Volvió a acostarse, pero otra vez no pudo
dormir, el cuento seguía en su cabeza, los diálogos, los momentos, aquellos dos
personajes que intentaron estar juntos pero no pudieron. ¿Sería su historia así
si se lo decía? Tal vez, pero de cierta manera sus personajes habían terminado
bien, tal vez no volverían a ser amigos, pero se podrían saludar en la calle;
no era tan malo ese final, incluso para su propia historia.
Abrió una vez más la página de internet y
pegó la historia, después de todo era simplemente una historia, un cuento, no
era una declaración de sus sentimientos. Y si las personas llegaban a pensarlo
¿qué importaba? No tenía por qué preocuparse por eso.
Esta vez no dudó y presiono el botón. En
un instante el editor de texto se había convertido en una página donde estaba
cada palabra de su cuento, y donde en tan poco tiempo cualquiera podría leerlo.
En ese momento entro presa del pánico.
¡¿Cómo se había atrevido a hacer algo así?! ¿En qué momento se había convencido
a si mismo de que esa era una buena idea? No lo era, era una pésima idea, no
tenía por qué hacerlo, esa gente no tenía por qué importarles lo que el sentía,
y el mucho menos tenía que decirlo. Probablemente al día siguiente todos se estarían
riendo de su cuento, burlándose de él y de sus sentimientos escondidos por su
amiga.
Buscó una forma de eliminar aquella
página, quería desaparecerla que nadie la viera nunca, que fuera un cuento sólo
para él, que nadie más tuviera acceso a sus sentimientos.
En ese momento un comentario apareció en
la página “¡Vaya! Buena historia. Sigue escribiendo”. ¿Era posible? No era
burla, no era crítica, le habían dicho que su historia era buena. A los pocos
segundos recibió otro comentario “Que buena manera de empezar el día, nada como
leer un buen cuento”.
¿Empezar el día? Miró el reloj, eran las 6
30 de la mañana, en menos de una hora tenía que estar en clase.
Vio la página donde estaba su cuento,
después de ese otros comentarios empezaron a aparecer, pero no los leyó, apagó
la computadora y dejó los papeles en el escritorio. Se tiró en la cama y durmió
poco antes de ir a la escuela.
Se sentía bien, en ese momento las ideas
que tenía en contra de publicar aquel cuento le parecieron ridículas, escribir
era una buena manera para desahogarse.
Ese día sería muy diferente a los demás.