miércoles, 5 de septiembre de 2012

Maldita lluvia


Mientras veía por la ventana la lluvia seguía cayendo. Era el quinto día que pasaba y para él no había nada más desesperante en el mundo.

Detestaba la manera en la que el cielo dejaba caer aquellas gotas, como se embarraban en cualquier superficie que estuviera a su alcance y como todas en conjunto portaban ese poder de arruinar las cosas.

No fue un trauma de su infancia, ni una mala experiencia, simplemente desde chico detestaba la lluvia. Mientras otros niños salían a empaparse y jugar en los charcos él se encerraba a llorar en su cuarto. No había nada de felicidad en la lluvia, simplemente era agua fría que hacía que las cosas se detuvieran, que te impedía disfrutar de un día tranquilo; de la que te tenías que estar cuidando día con día porque cuando menos te lo esperabas podía empezar a caer y arruinarte cualquier cosa que se mojara.

Para su suerte había vivido toda su vida en un desierto por lo que no era muy común que lloviera. Su infancia la paso en una ciudad seca, donde era raro que lloviera. 

Era tanto su odio por la lluvia que cuando anunciaban sequía el festejaba porque eso significaba menos encuentros con su cruel enemigo.

Pero las cosas nunca son perfectas, y al graduarse el único trabajo que encontró fue en el estado con el promedio de días lluviosos al año más alto del país. 
Por un momento pensó en rechazar la oferta, pero la paga era muy buena y era un puesto muy alto que tardaría años en volver a conseguir, por lo que tuvo que acceder.

Y ahora llevaba cinco días seguidos de lluvia. Cinco días en los que se había reportado enfermo en el trabajo para no tener que manejar por las calles llenas de agua, prender el molesto limpia parabrisas que nunca estaba a la velocidad correcta, con el lodo en los tapetes del carro, con los grandes charcos cerca de las banquetas.

Desde que empezó la lluvia prendía la tele en el canal del clima para ver cuanto más podía durar, pero siempre se decepcionaba cuando escuchaba que el presentador decía que los días de lluvia se extenderían por un tiempo mínimo de una semana más. 

No podía faltar tanto tiempo al trabajo, cinco días de ausencia era suficiente para que corrieran a alguien, tenía que presentarse en el trabajo.

Volvió a ver la ventana, las gotas chocaban constantemente con el cristal para después caer y dejar una estela de su irregular camino.

El reloj marcaba las 6:07 a.m. lo que significaba que tenía que estar en una hora y media en su trabajo, listo para empezar con su jornada laboral y dispuesto a enmendar esos cinco días de ausencia.

Fue a su armario pero era inútil; no tenía ropa que quisiera que se mojara, nada parecía lo suficiente malo como para dejarlo al expuesto de esas gotas.

Se volvió a tirar a la cama ¿por qué se había ido a trabajar a esa ciudad? Llevaba apenas tres meses ahí y ya la detestaba; o por lo menos su clima.

El ruido incesante de la lluvia lo hizo levantarse una vez más. Por lo menos en el trabajo no tendría que escuchar la lluvia golpeando en el techo, lo cual ya era ganancia.

Se cambió y se puso la ropa que menos usaba así no le dolería si quedaba empapada por la lluvia. Abrió el armario cerca de la puerta, que era donde guardaba sus paraguas. En cuanto llego a esa ciudad se compro seis paraguas diferentes para evitar la lluvia en caso de que tuviera que salir; los seis estaban todavía con su empaque original. Agarró el más grande de todos, entre más grande menos se mojaría. Tomó las llaves de su carro, suspiró y abrió la puerta.
Afuera la ciudad era un caos. Por la calle corría un río de agua sucia que tapaba una parte de las llantas de los carros. Las casas tiraban chorros de agua sucia por cualquier bajada que tuvieran y toda la tierra era ahora lodo.

Antes de salir de su casa abrió el paraguas, para él no era de mala suerte, era su salvación a la mayor maldición de la naturaleza.

Salió y pudo sentir como las primeras gotas tocaban la superficie de su paraguas para luego resbalar y caer en frente de él pero sin tocarlo. Caminaba despacio, para que ni por error lo tocara alguna de esas gotas. El carro estaba cerca, sólo tenía que llegar al final de la acera abrir la puerta del copiloto y pasar del otro lado para así no tener que caminar por el arroyo en que se había convertido su calle.

Siguió caminando y batallo para poder subir al asiento del copiloto pero lo había logrado, ni una sola gota lo había tocado y estaba a salvo en ese lugar seco y seguro que era su carro. 

El camino al trabajo sólo le hizo odiar más la lluvia, varias calles estaban cerradas por la inundación, algunos postes de luz se habían caído; en la radio decían que era la primera vez en muchos años que llovía cinco días seguidos y que era una bendición. ¿Como podía eso ser una bendición? Sólo atrasaba las cosas, causaba destrozos y no traía nada bueno. ¿Por que tenía que llover en las ciudades? Habiendo tanto terreno donde no vive ni un alma donde pueda llover, tiene que caer el agua justo donde él esta.

El transcurso se la paso ajustando la velocidad del limpia parabrisas, quería que fuera exacto el momento en el que pasaba y quitaba las gotas para que no fuera tanto el acumulamiento pero tampoco que se hiciera ese desagradable sonido de la goma raspando el cristal seco.

El aire acondicionado de su carro estaba descompuesto, hacía mucho calor, pero prefirió sufrir del sofocamiento del carro antes que bajar su ventana y dejar que el agua entrara por ella, o peor aún que un carro lo salpicara.

Se hacían 40 minutos de su casa al trabajo, pero por la lluvia se habían convertido en más de una hora. Lo que significaba que no sólo iba a faltar una semana a trabajar si no que el día en el que se le ocurría ir a trabajar llegaría tarde, lo que definitivamente significaba irresponsabilidad, y podía significar perder su trabajo.

Cuando llego al edificio donde estaba su oficina se sorprendió que no había muchos carros. Se pasó al asiento del copiloto y después abrió poco su paraguas, para facilitar las cosas al momento de bajarse del carro; abrió poco la puerta para ver si no había algún charco que pudiera salpicarlo y bajo cuidadosamente del carro tapandose con el paraguas.

Caminó lentamente hacía la puerta del edificio y se seco minuciosamente los zapatos para no dejar sus huellas pintadas por todo el edificio.

-Señor lo siento pero nadie puede entrar al edificio.-le dijo el guardia cuando lo vio entrar.

-Trabajo en la Secretaria de Desarrollo en el quinto piso, aquí esta mi credencial-le dijo Daniel mientras abría su maletín.

-Creo que no entiende señor. El edificio esta fuera de funcionamiento, hace cuatro días cayó un rayo que daño toda la red eléctrica del edificio y todas las oficinas están fuera de funcionamiento.

-¿Quiere decir que…

-Sí, la lluvia les ha dado unas vacaciones no programadas a todos.

Eso significaba que sólo había faltado un día al trabajo. No se tenía que preocupar por que lo tacharan de irresponsable, o que peligrara algún proyecto futuro.

-Muchas gracias-dijo él con una sonrisa en la cara.

Se dirigió a la puerta feliz pero una vez más se encontró con ese su enemigo, la lluvia. Abrió el paraguas antes de salir.

-¡Señor eso es de mala suerte!-le grito el guardia.

No le hizo caso, no era el primero ni sería el último que le diría eso, abrió la puerta y camino lento para llegar a su carro sin mojarse.

El camino de regreso fue más tranquilo, estaba feliz por no haber sido el irresponsable de la oficina, pero la lluvia seguía acozandolo, tendría que vivir con eso hasta que volviera a trabajar.

Llego a su casa y repitió el ritual para bajarse, pasandose al asiento del copiloto, abriendo poco el paraguas y bajandose lentamente para no salpicarse. Cuido minuciosamente cada uno de sus pasos para no mojarse de ninguna manera.

Pero estaba tan concentrado en sus pasos que se olvido por completo de todo lo que lo rodeaba, y eso incluía la camioneta que en ese momento estaba bajando el arroyo que era su calle a toda velocidad.

Cuando paso enfrente de la casa la camioneta no bajo su velocidad, lo que significaba que toda el agua que estaba en la calle se salpico a la banqueta.

Daniel sintió en ese instante el agua y soltó un grito de dolor. Como si alguien le hubiera disparado. Estaba empapado, su saco, su corbata, su camisa, su celular, su maletín, todo lo que llevaba, podía hasta sentir el agua en los dedos de sus pies.

Volteó a ver la puerta de la casa, estaba tan cerca, sólo unos pasos más y podría haber llegado seco, sin que ni una sola gota de agua lo mojara.

-¡Maldita lluvia!-gritó al cielo.

Después de eso aventó el paraguas al suelo, ya no importaba si se mojaba más o no.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es bueno, pero no me gusto el final.
No el final en cuanto al cambio del personaje (ese sí me gustó) sino como lo escribiste.